Algunas veces siento aprensión, impotencia, precaución, superación, cordialidad, alegría, amistad… Estas son solo algunas de las múltiples sensaciones que me está aportado el proyecto Lanius. ¡Quién lo diría!, una persona como yo ha sido elegida entre la cantidad de solicitudes presentadas para participar en esta experiencia. Gracias a ello he aprendido algo importante, que si se intenta y se desea, se puede.
Mis preguntas: ¿cómo encajaría una ingeniera agrícola en un equipo conformado por diversos perfiles, entre ellos biólogos y ambientólogos, para realizar un estudio sobre aves en el Parque Nacional del Teide? ¿Qué podría aportar?
Voy a relatar la amalgama de sensaciones y experiencias que esta propuesta de aprendizaje compartido me está suponiendo.
Durante el periodo de formación inicial, nos enseñaron la importancia del cuaderno de campo como herramienta de trabajo, qué grupos de aves nidifican en Canarias y más concretamente en el Parque Nacional del Teide. Nos orientaron, con una somera aproximación, sobre el anillamiento científico y la metodología para realizar censos de aves. Toda esa formación no hizo sino aumentar mi curiosidad, interés y motivación. Más tarde, sin querer y de repente, llegó el momento de mi aventura.
Desde que comenzaron las jornadas de campo, cada jueves, con mucha ilusión preparo la maleta para subir el viernes al parque. Intento no olvidar nada, algo siempre se me queda atrás, pero no lo más importante, mi cabeza.
Una vez arriba, para mí supone una gran alegría levantarme por la mañana y despertar a todo el mundo con mi estilo personal: ¡buenos días, buenos días, buenos días…! hasta que están todos despiertos y en pie. Hay algo a lo que nunca renunciaré, mi ducha de agua fría mañanera.
Para mí significa relax y descanso mental, el privilegio de poder evadirme del estrés diario de la ciudad, de nuestras familias y amigos por unos días… ¡Qué gran regalo! Aunque sea solo el fin de semana, y suframos muchas veces el esfuerzo físico que requiere vivir en las alturas. Mi mente logra evadirse y centro mis pensamientos en los bellos paisajes que observamos, como un hermosísimo amanecer…
Cada día que estamos trabajando en el campo implica superación personal. Tengo vértigo, y a veces, realizar alguna actividad como el censo de disponibilidad de alimento me supone todo un reto, por la dificultad que entrañan algunas áreas de muestreo. Pero gracias al apoyo de todos y todas, logro conseguirlo.
En ocasiones, padecemos incertidumbre y locura, especialmente cuando realizamos los censos de aves y oímos muchísimas especies a la vez y a diferentes distancias… Necesitamos mucha concentración para que el error sea el menor posible. El ajetreo en la mesa de anillamiento, apuntando los datos cuando hay muchas capturas, es laborioso y casi no damos abasto.
Me confieso, nunca había tenido un pájaro en mis manos y mucho menos lo había manipulado para deducir su edad a través del plumaje. Hace semanas sentía impotencia, porque mis compañeros/as podían hacerlo y yo aún no lo había conseguido. He temblado muchas veces solo de pensar que manipular un animal tan pequeño podría causarle daño... Pero este fin de semana, el penúltimo de trabajo de campo, me he armado de valor y lo he logrado con un pájaro canario. Sinceramente, por fin he conseguido superar un gran reto.
El pasado fin de semana, la niña pequeña que llevo dentro se emocionó al ver por primera vez los muflones en Siete Cañadas. Cuando volví a verlos más de cerca, fue simplemente una sensación indescriptible.
Me gustaría recrear algunos maravillosos momentos, como estar pastoreando una pareja de bisbitas y darme cuenta de que ignoran los cepos malla porque me olvide de colocar el gusano, o estar a la espera de que un cernícalo se acerque a nuestra trampa y pueda ser capturado…
Quiero destacar, la admiración que siento por la gran labor que ha realizado el equipo de coordinadores e investigadores, con una enorme capacidad de trabajo y buenas dosis de paciencia jornada tras jornada.
Este fin de semana he quedado impactada con nuestro invitado especial, que es además un gran cocinero, Manuel Lobón. Como dice el refrán: “cada maestrillo tiene su librillo”, y es que tanto en la cocina como anillando él es un gran maestro. Para él también han sido unos días especiales, por fin ha tenido la oportunidad de anillar su primer pinzón azul.
También quiero mencionar el gran respeto que siento hacia las aves, porque todas las jornadas nos enseñan algo nuevo. Sobre todo, que no estamos exentos de alcanzar alguna muestra de afectividad por su parte: un picotazo.
No puedo finalizar sin señalar el aprecio que siento hacia mis compañeras/os, porque hemos conseguido atesorar excepcionales momentos. Somos una gran y bien avenida familia. La experiencia durante el proyecto no solo ha sido un momento puntual en nuestras vidas, se ha forjado una fructífera amistad que no se quedará simplemente ahí, presiento que perdurará.
Como suelo comentar algunas veces, no importa si me dan o no una credencial por participar en el proyecto, porque cada fin de semana consigo mi propio reconocimiento y superación personal.
Autora: Yurena Elizabeth Mederos
Fotos: Sonia Ramos
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