Foto: Nicolás Martín
Los siglos de aislamiento de los pueblos aborígenes insulares ayudaron a la evolución de sus mitos, leyendas y creencias. Su única opción era adaptarse a su realidad espacial. La regresión de estos pueblos debió implicar cambios en su cosmovisión, pero desconocemos prácticamente todo sobre su devenir histórico y sus formas de pensamiento.
Tradicionalmente se había mantenido que estas culturas insulares no sabían escribir, lo que ha limitado hasta ahora el conocimiento de su cultura y la interpretación de los restos arqueológicos conservados. Aunque en los últimos años se han descubierto inscripciones alfabetiformes en casi todas las islas y ya se han traducido algunas inscripciones.
La arqueoastronomía ha aportado los datos que demuestran la importancia que tenía el Teide para todos los primitivos canarios.
Se ha determinado que los grabados rupestres conocidos como podomorfos (huellas de pies) esculpidos por los antiguos majos en la cumbre de Montaña Tindaya (Fuerteventura) siguen un patrón no aleatorio de orientación que podría esconder una justificación arqueoastronómica (orientación al solsticio de invierno y fenómenos celestes asociados).
La sociedad que surge tras la conquista hereda estas tradiciones y el Teide sigue siendo uno de los más importantes instrumentos para la predicción del tiempo y un hito fundamental en la localización de los astros.
Una montaña tan singular en el archipiélago canario no podía faltar en las creencias de los aborígenes canarios. Fue fray Alonso de Espinosa, en su Historia de la Virgen de Candelaria, quien nos ha trasmitido el lugar que ocupaba en la mitología guanche:
Con todo esto conocían haber infierno, y tenían para sí que estaba en el pico de Teide, y así llamaban al infierno Echeyde, y al demonio Guayota.
Durante miles de años, el ser primitivo tuvo que convivir con la creencia de que los fenómenos de la naturaleza estaban unidos a los caprichos de los dioses. Si se les molestaba podían provocar tempestades, terremotos o erupciones volcánicas. El Teide fue para los aborígenes de Tenerife y de otras islas un lugar de horror. Se han encontrado cerámicas y otros instrumentos que, según los autores que lo han estudiado, están relacionados con ofrendas para parar el fuego del volcán.
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